Hace unos días, mientras volvía de la siesta al mundo de los vivos empecé a escuchar voces extrañas que hablaban de relación sentimental, de engaño, de manipulación. Al principio estaba algo desconcertado, pero poco a poco fui recobrando la conciencia. Y por fin, cuando desperté, el desconcierto fue mucho mayor. Las voces misteriosas provenian del nuevo programa de sobremesa de Antena 3, donde se debatía, a estas alturas, si el secuestro de la niña austriaca era o no un montaje. Así, la que hace unos días se convirtió en heroína nacional, la niña que todas las madres querían tener (sin que se la quiten durante ocho años, se entiende), estaba siendo ahora acusada de montajista, de manipuladora, y de tener planificada toda una campaña mediática para sacar fruto de su supuesta historia. Desde siempre, hemos creado a nuestros propios héroes para después poder cargárnoslos. Me froté los ojos. Intentaba asimilarlo. Pero era cierto. Un psiquiatra intentaba dar una explicación científica y coherente del comportamiento extrañamente maduro que presentó la niña en la entrevista más vista de los últimos años. Y, como contrapunto, una señora muy informada juraba y perjuraba que todo era falso. La niña no pidió ayuda cuando tuvo ocasión. La familia de la niña no era tan ejemplar como se pensaba. La niña quería al secuestrador. De pronto caí en la cuenta. A esa señora la había visto yo antes, defendiendo con la misma pasión que la ultima ex de alguien se habia metido tres rayas con el que no pudo entrar en Gran Hermano, y luego se habían ido a la cama juntos. Seguí esforzándome por entender algo. Y cuando por fin empecé a conseguirlo, cambiaron de escenario, y Jesús Mariñas empezó a hablar de la Operación Malaya. No pude más, cambié de canal.
Caí entonces en Cuatro, donde Boris Izaguirre y su sombra, Ana encantada de conocerme García Siñeriz, discutían sobre el último escándalo en el mundo de la moda: no permitir desfilar en Cibeles a aquellas modelos que transparenten la luz a través de su cuerpo. Es el tema del que ahora todo el mundo habla. El Indice de Masa Corporal es lo chic, y hay que ironizar y polemizar sobre ello para ser guays. Claro, entonces yo pienso, si se forman estos debates, es porque alguien no está de acuerdo con las medidas, valga la redundancia, adoptadas por el responsable de turno. Dicen que estar muy muy delgada no quiere decir estar enferma. Por Dios, que barbaridad, a quién se le ocurre. Y a la Siñeriz eso le parece lo más divertido del mundo. Y entonces, en un atisbo de lucidez, recordé que esa misma mañana tuve en mis manos algo así como el diario de una niña de 14 años que está empezando a tener problemas con la alimentación y con su cuerpo. Todavía no ha dejado de comer. De hecho, todavía mantiene un Indice dentro de la normalidad. Pero en su diario describe la batalla que está librando con la comida, y todas las estrategias que ha aprendido para equilibrar las calorías. Y lo que le jode verse gorda, y que lo que más desea en el mundo es volver a ser como antes, simpática y con amigos. Y que quiere salir de ahí como sea. Volví de mis pensamientos y ellos seguían ahí. Ahora la gente había empezado a mandar esemeeses a favor y en contra, y Boris seguía saltando encima de la mesa, y Siñeriz pasándoselo bomba de verse tan cool como sólo ella podía ser. Y pensé si esa niña estaría viendo el programa. Y si estaría tan indignada como yo. Miré el reloj. Se me hacía tarde. Me levanté del sofá y, sin pensarlo ni un momento, apagué la tele.