24 de septiembre de 2006

Woody

El disparate de Bananas. El robot-humano de El dormilón. La metafísica de La última noche de Boris Gruchenko. Annie Hall y Diane Keaton. La idea de Zelig. El blanco y negro de Broadway Danny Rose. El tiovivo de La rosa púrpura del Cairo. La nostalgia de Días de radio. La neurosis de Delitos y faltas. La tormenta de Maridos y mujeres. El coro de máscaras de Poderosa Afrodita. El romanticismo de Todos dicen I love you. La mala leche de Celebrity. La sordomuda de Acordes y desacuerdos. La sesión de hipnosis de La maldición del escorpión de jade. Match point, de principio a fin.
Por todo esto, y todo lo que queda, muchas gracias, Mr. Allen.

23 de septiembre de 2006

De víctimas y modelos

Hace unos días, mientras volvía de la siesta al mundo de los vivos empecé a escuchar voces extrañas que hablaban de relación sentimental, de engaño, de manipulación. Al principio estaba algo desconcertado, pero poco a poco fui recobrando la conciencia. Y por fin, cuando desperté, el desconcierto fue mucho mayor. Las voces misteriosas provenian del nuevo programa de sobremesa de Antena 3, donde se debatía, a estas alturas, si el secuestro de la niña austriaca era o no un montaje. Así, la que hace unos días se convirtió en heroína nacional, la niña que todas las madres querían tener (sin que se la quiten durante ocho años, se entiende), estaba siendo ahora acusada de montajista, de manipuladora, y de tener planificada toda una campaña mediática para sacar fruto de su supuesta historia. Desde siempre, hemos creado a nuestros propios héroes para después poder cargárnoslos. Me froté los ojos. Intentaba asimilarlo. Pero era cierto. Un psiquiatra intentaba dar una explicación científica y coherente del comportamiento extrañamente maduro que presentó la niña en la entrevista más vista de los últimos años. Y, como contrapunto, una señora muy informada juraba y perjuraba que todo era falso. La niña no pidió ayuda cuando tuvo ocasión. La familia de la niña no era tan ejemplar como se pensaba. La niña quería al secuestrador. De pronto caí en la cuenta. A esa señora la había visto yo antes, defendiendo con la misma pasión que la ultima ex de alguien se habia metido tres rayas con el que no pudo entrar en Gran Hermano, y luego se habían ido a la cama juntos. Seguí esforzándome por entender algo. Y cuando por fin empecé a conseguirlo, cambiaron de escenario, y Jesús Mariñas empezó a hablar de la Operación Malaya. No pude más, cambié de canal.
Caí entonces en Cuatro, donde Boris Izaguirre y su sombra, Ana encantada de conocerme García Siñeriz, discutían sobre el último escándalo en el mundo de la moda: no permitir desfilar en Cibeles a aquellas modelos que transparenten la luz a través de su cuerpo. Es el tema del que ahora todo el mundo habla. El Indice de Masa Corporal es lo chic, y hay que ironizar y polemizar sobre ello para ser guays. Claro, entonces yo pienso, si se forman estos debates, es porque alguien no está de acuerdo con las medidas, valga la redundancia, adoptadas por el responsable de turno. Dicen que estar muy muy delgada no quiere decir estar enferma. Por Dios, que barbaridad, a quién se le ocurre. Y a la Siñeriz eso le parece lo más divertido del mundo. Y entonces, en un atisbo de lucidez, recordé que esa misma mañana tuve en mis manos algo así como el diario de una niña de 14 años que está empezando a tener problemas con la alimentación y con su cuerpo. Todavía no ha dejado de comer. De hecho, todavía mantiene un Indice dentro de la normalidad. Pero en su diario describe la batalla que está librando con la comida, y todas las estrategias que ha aprendido para equilibrar las calorías. Y lo que le jode verse gorda, y que lo que más desea en el mundo es volver a ser como antes, simpática y con amigos. Y que quiere salir de ahí como sea. Volví de mis pensamientos y ellos seguían ahí. Ahora la gente había empezado a mandar esemeeses a favor y en contra, y Boris seguía saltando encima de la mesa, y Siñeriz pasándoselo bomba de verse tan cool como sólo ella podía ser. Y pensé si esa niña estaría viendo el programa. Y si estaría tan indignada como yo. Miré el reloj. Se me hacía tarde. Me levanté del sofá y, sin pensarlo ni un momento, apagué la tele.

11 de septiembre de 2006

Alba y el chico de Barcelona.

Ayer un amigo entró aquí y me estuvo contando su historia. Dice que se conocieron una tarde de verano jugando al billar, que al principio no se dieron importancia el uno al otro, pero que empezaron a charlar y a caerse bien. Total, que al terminar la partida ya habían quedado para otro día. Y dice que a partir de ahí empezaron a verse con frecuencia, y se ponían a hablar de sus vidas, de sus gustos, de sus manías, de su color favorito y cosas así. También me cuenta que, a medida que se iban conociendo, se empezó a contagiar de la vitalidad que desprendía esa chica, que no hacía más que reirse, y que le gustaba que le hiciera reir. Además, dice que ella también disfrutaba con su compañía. Y así fue que un día el le preguntó si le quería, y se besaron, se desnudaron, e hicieron el amor. Pero de repente, un día, a el le entró el miedo y se echó para atrás. Y ella no volvió a ser la misma. Ya no se dejaba besar, y besó a otra persona. Pero a ésta también le entró miedo, y también se echó atrás. Aquello le rompió el corazón, pero dice mi amigo que también le ayudó a tenerla de nuevo más cerca. Y seguían hablando, y riéndose a carcajadas, aunque mi amigo sabía que él ya no le gustaba. Pero seguían buscando cualquier excusa para estar juntos y pasarlo en grande. Ella le enseñaba las fotos de su viaje a París, y él le contaba su vida. Cualquier cosa. Y dice mi amigo que, sin darse cuenta, han pasado ya dos años de aquello. Y que ahora, por las noches, se sienta a esperarla, y, que si no aparece, apaga el ordenador y se va a la cama. Por si los encontrais alguna vez, el nick de mi amigo es "Chico_de_ Barcelona", y el de su amiga, "Alba". Hace ya dos años que empezó esta historia, y todavía no han podido verse las caras.