17 de noviembre de 2006

Auster: ilusiones, vértigo y soledad

Nuestro primer encuentro fue más casual que otra cosa. Yo acababa de pasar una mala experiencia con el último finalista del premio Planeta, y buscaba algo que me hiciera volver a creer en la palabra escrita. Y algo que me demostrara que no es verdad que cualquiera puede escribir un libro. Así que busqué entre los estantes de la sección de libros, sin rumbo fijo, algo que me llamase la atención. Y así fue como cayó en mis manos El libro de las ilusiones, que me abrió las puertas al universo de Mr. Paul Auster. La historia prometía. Un director de cine mudo desaparecido; un profesor que, tras perder a su familia en un accidente aéreo, descubre una de sus películas; y una mujer con una mancha de nacimiento en la cara. Y sin embargo, era eso, pero también era mucho más. Un homenaje al cine mudo desde el corazón, un retrato de la soledad que queda tras la pérdida, una historia de amor, y una reflexión sobre el poder de las obras para sobrevivir (y hacer sobrevivir) a su creador. Todo ello contado de una forma que hipnotiza desde la primera línea, que te va llevando de la mano hasta una granja perdida en el desierto de Nuevo Méjico. En resumen, un gran libro. Como es lógico, me dejó con ganas de más, y unos meses más tarde, llegó mi segunda oportunidad.

Esta vez fue un regalo de cumpleaños. Mr. Vértigo. En esta ocasión, Auster revisa uno de los sueños más primitivos del ser humano: el deseo de volar. Así, nos cuenta la historia de un chaval huérfano (a quien este blog le debe el nombre de su autor) a quien un día le ofrecen la posibilidad de aprender a volar. Y esa es, precisamente, la magia del libro, que consigue despegarte del suelo durante unos instantes, para después devolverte a una realidad habitada por el kukux clan, un padre sin escrúpulos, y bandas de gángsters. Porque todo lo que sube, termina por bajar. Y cuando la inocencia da paso a la edad adulta, no hay quien sea capaz de mantener el vuelo. Al terminar de leerlo, se confirmaron mis sospechas, lo de El libro de las ilusiones no había sido casualidad. Estaba ante uno de los mejores escritores del siglo XX. Además, el final de este libro es, sencillamente, conmovedor.

Y, finalmente, fui hasta los orígenes de todo este universo de historias, un ensayo-autobiografía llamado La invención de la soledad. En este caso el viaje fue algo más tortuoso. Seguramente será porque era el primero, o porque no está escrito de forma convencional, pero aviso que para atreverse con este libro, hay que estar preparado. Y yo no lo estaba. Todo surge la noche que Auster recibe la noticia de la muerte de su padre, la cual abre la caja de Pandora de los recuerdos y desencadena una serie de reflexiones que bucean entre la elegía, el sentido de la paternidad, el peso de la memoria y, al fin y al cabo, la soledad del escritor. Sin embargo, uno de los principales atractivos del libro se convierte, quizás, en su mayor inconveniente. Porque, sobre todas las cosas, se trata de una de las obras más personales del autor y, por tanto, muchas veces resulta dificil sintonizar con ella. De todas formas, merece la pena dedicarle un tiempo, aunque sea tan sólo por ver como, a través de la historia de Pinocho, nos mete de lleno en la vivencia de tener un hijo.

En fin. Nos encontramos por casualidad, y ahora parece que nos hemos hecho inseparables. Cada libro suyo es una experiencia, y todavía estás a tiempo de vivirla.

Tienes que aprender a dejar de ser tú mismo. Ahí es donde empieza, y todo lo demás viene de ahí. Debes dejarte evaporar. Dejar que tus músculos se relajen, respirar hasta que sientes que tu alma sale de ti, y luego cerrar los ojos. Así es como se hace. El vacío dentro de tu cuerpo se vuelve más ligero que el aire que te rodea. Poco a poco, empiezas a pesar menos que nada. Cierra los ojos; extiendes los brazos; te dejas evaporar. Y luego, poco a poco, te elevas del suelo.
Así. (Mr. Vértigo, Paul Auster, 1994).

No dejes de oirlos

Venga, vamos a pegar otro pelotazo. Si en su día la lista de películas imprescindibles causó furor entre la población, revolucionando el concepto de blog, hoy vamos a llegar aún más lejos. Aquí os presento, por primera vez en el mundo mundial, mi lista de los diez discos imprescindibles. ¿Qué dices? ¿Qué esto también lo han hecho antes? Ya estamos otra vez. Bueno, pues nada, aquí la dejo, pa quien la quiera.

1. Golosinas, Pedro Guerra
2. Authomatic for the people, REM
3. Auterretratos (vols. 1 y 2), Luis Eduardo Aute
4. Marlango, Marlango
5. Esta boca es mía, Joaquín Sabina
6. BSO Los chicos del coro, Varios autores
7. Atrapados en azul, Ismael Serrano
8. En vivo, mucho mejor, Ariel Rot
9. Flamingos, Enrique Bunbury
10. Arena en los bolsillos, Manolo García

En fin, como ya pasó con la lista de películas, y como pasará siempre con cualquier lista que hagamos, no están todos los que son, aunque si son todos los que están. Así que ahora ya sabes lo que toca, piensa en cuales son tus discos favoritos y cuentalo por aquí, que la última vez lo hiciste muy bien.

12 de noviembre de 2006

Fanatismo callejero

A veces, la publicidad alcanza limites insospechados. Y si detrás de esa publicidad reside una inacabable pataleta, esos límites pueden rebasarse hasta el infinito y más allá. Hasta que llega un momento en que se llegan a poner en peligro las fronteras del respeto y la dignidad humana, de los presentes y, sobre todo, de los ausentes. Y todo con el único fin de acercar al ciudadano a la causa y asentar, más que remover, conciencias. Me explico.

Desde hace varios meses, viene celebrándose en mi ciudad una concentración (creo que coincide con cada día 11) en la que un grupo de españoles más españoles que Lázaro Carreter solicitan, ruegan, exigen a gritos, que se reconozca de una puta vez la implicación de ETA en los terribles atentados del 11-M. Y entonces, digo yo, querrán que a Zapatero se le caiga la cara de vergüenza, que haga las maletas, y le deje a Rajoy las llaves de la Moncloa encima del recibidor de la entrada. Por supuesto, todo ello con una nota que diga "Mariano, tío, siento muchísimo haberte arrebatado el mando a costa de víctimas inocentes. Espero que no te lo tomes a mal." Todo ello, como es lógico, partiendo desde el más absoluto respeto a la memoria de estos inocentes. Bien, uno no está de acuerdo con esas ideas, pero bueno, son sus ideas y habrá que dejarlos, que por lo menos mientras están concentrados no hacen botellón. O lo mismo sí, que más da.
El tema que más me preocupa de todo esto es, sin embargo, la utilización de las víctimas para este tipo, y para cualquier tipo, de fines. Y no hablo de los muertos como símbolo, sino como imagen publicitaria. Si querido lector, las víctimas como un eslogan, igual que una botella de Mistol. Porque resulta que, para la convocatoria de noviembre, estos salvadores de las dignidades nacionales han empapelado las calles con carteles en los que, sobre el fondo de la bandera española, y junto al día, la fecha, y el ferviente motivo del acto, aparece la foto de una de esta víctimas. Se trata de un hombre tendido en el suelo, junto a uno de los trenes, y sobre un charco de sangre. Así, tal cual. Y entonces, cuando la ves, te planteas el sentido de todo eso, si es que todavía le queda alguno. Y ahora, mientras escribo esto, pienso en la clase de respeto que le merecen a esos señores todas las personas que fallecieron en los atentados, y todas las que han fallecido en otros onceemes a lo largo del mundo y de la historia. Y pienso si el señor de la foto sería familia de alguno de los que van a la manifestación. Y cómo se puede pedir justicia violando de esa forma todas las leyes de la ética.

Hoy cuenta el periódico que en Irán han premiado a la mejor caricatura sobre el Holocausto judío en un concurso celebrado en respuesta a las caricaturas de Mahoma que pusieron al Islam en pie de guerra. Y nos echamos las manos a la cabeza pensando en lo radicales y fanáticos que son los árabes. Sinceramente, a mi empiezan a preocuparme más las muestras de fanatismo que nos encontramos pegadas con celo en las cabinas de teléfono y los árboles. Así que, aunque no sirva para nada, si te encuentras con un cartel de esos, o parecido, por las calles, asegúrate de que no mira nadie, y arráncalo. Por si acaso.

1 de noviembre de 2006

Como una peli de miedo

Igual que todos los martes, esta mañana salí de mi casa para coger el autobús que sube hasta el hospital. Sin embargo, en cuanto atravesé el portal, vi sobrecogido como una espesa niebla inundaba la ciudad. Apenas podía verse nada a un metro escaso de donde yo estaba. En fin, pensé, la parada no queda lejos. Así que emprendí el camino, con mucho cuidado al cruzar la calle, por si algún coche veía menos que yo.
Al poco tiempo, llegué a la parada, pero el autobús se retrasaba, posiblemente debido a los atascos que la poca visibilidad estaría creando el centro. Hasta que, finalmente, pude divisar la nebulosa luz de sus faros. Cojí mis cosas, saque como pude el bonobús, y le di los buenos días al conductor.
Como era de esperar, no había ningún sitio libre, porque a esa hora el autobús suele ir lleno de personas mayores que suben al hospital, así que me acomodé como pude en el primer hueco que encontré. A ver si llegamos pronto, aunque total, voy bien de tiempo, seguro que vuelvo a llegar el primero. De pronto, vi que la señora que estaba a mi lado llevaba unas flores en la mano, envueltas en un papel blanco. Pero claro, hace tiempo que dejaron de darme miedo las señora con flores en la mano, así que volví a mis pensamientos, que se esforzaban por mantenerme despierto a esas horas de la mañana. Sin embargo, de forma casi simultanea a la mujer de las flores, escucho a otra señora hablando de toda la gente que se le ha muerto, el tiempo que hace, y lo que les echa de menos. Esta señora tendrá alguien enfermo en el hospital, seguramente, la pobre. La niebla seguía totalmente cerrada, y el autobús avanzando practicamente a ciegas. Y de pronto, un extraño edificio apareció ante nosotros. No puedo decir que era, porque no recordaba haberlo visto en viajes anteriores, lo cual debo reconocer que me inquietó. Hasta que, entre la niebla, pude divisar la inscripción de la puerta principal, coronada por las figura de varios ángeles, entre los que destacaba uno especialmente grande, oscuro, y situado en lo más alto del arco: "Cementerio de San José". Dios mio, pensé de pronto, ¿cómo es posible que haya pasado tantas veces por aquí y no me haya dado cuenta?, ¿qué está pasando?, ¿qué demonios hacemos parados en la puerta de un cementerio fantasma a las nueve de la mañana? De repente, las puertas se abrieron y el autobús se quedó practicamente vacío. Entonces caí en la cuenta, mañana es el dia de los santos, o de los difuntos. Sinceramente, nunca he sabido cual es el día en el que la gente tiene que ir a poner flores y cosas de esas. Claro, ya entiendo para qué eran las flores, y por qué esa señora se acordaba especialmente de sus seres queridos. Pero, aún así, ¿por qué no he visto yo antes ese cementerio? No había salido de mi asombro cuando el autobús volvió a arrancar. Entonces vi que el asiento que estaba junto a mí se había quedado libre, y me senté. Me apoyé en el cristal de la ventana y, de repente, encontré la respuesta a mis temores. "Día 31 de Octubre: Recorrido especial cementerio", decía el cartel colocado por el otro lado. Levanté la vista, y vi como volvíamos a incorporarnos a la ruta habitual. Cuando subimos al hospital, habíamos dejado la niebla a nuestros pies, y lucía radiante el sol.

Y ahora resulta que esta noche quieren asustarme unos niños disfrazados de fantasmas. Venga ya.