31 de julio de 2007

El hombre de la casa

Llegó rodeado de su familia, una mujercita encantadora y dos hijas adolescentes. Mientras ellas subían al autobús, él colocaba los equipajes en el maletero, y amenazaba a un chico que había puesto su maleta sobre la de su mujercita. Así, una vez solucionado el problema, él también subió al autobús. Enrique, pensaba, qué grande eres tío, que vas a llevar a tus mujeres de vacaciones a Torremolinos. Lo contentas que van a estar tus niñas. Y mira Maribel, que lleva tres días sin protestar, a ver si con el sol se calma de una puta vez. Seguro que esta noche en el hotel te la vuelves a follar, aunque mira que esta gorda la hija de puta. Si tío, eres muy grande, ole tus cojones. Echó un vistazo desde lo alto al resto de pasajeros para hacerles conocedores de la llegada de su excelentísima persona, y acomodó sus ciento cincuenta kilos de grasa, sudor y autosatisfacción en el asiento. Como un rey que acaba de salvar la vida a su reino y espera de él su agradecimiento eterno. Junto a él, su mujercita ya tiene preparada la cámara de video para grabar el viaje. Al otro lado, sus hijas se ponen los cascos de los mp3 que les regaló por su cumpleaños. Todo perfecto, todo felicidad. Tío, te adoran. Se rascó la entrepierna y rodeó con el brazo el asiento de su mujercita, quien, enamorada como solo ella podía estarlo, dejo caer su cabeza sobre el hombro de su macho. Poco después, mientras ella seguía mirándole embelesada, él empezo a roncar, como un rey.
Sin embargo, su sueño era más bien ligero, y pasados unos minutos se despertó. Ya era hora de que el resto del personal supiera quien era Enrique, el hombre que llevaba a su familia de vacaciones a Torremolinos. Para hacerse notar, empezó a bromear con sus mujeres a gritos y a bailar en su asiento la música que sonaba en el autobús. Mientras sus hijas empezaban a pasar de él, su mujercita seguía embobada adorando a su hombretón, que movía los brazos a ritmo de reaggeton como nadie. Luego se bajaron aprovechando la parada que hacía el autobús para ir al servicio y comprar agua. Y se tomaron su tiempo en volver a subir. Quien tenga que esperar, que espere, nadie mete prisa a un rey y su reina, así que díganle a la conductora que no se le ocurra volver a gritarnos, porque encima nos vamos a tener que cagar en sus muertos. No sabe esa con quien está hablando. Cuando volvieron al autobús, sus hijas definitivamente pasaban de él.
Y de repente, una nube negra cubrió la felicidad de su reino, ya que la incompetente de la conductora se había metido ella solita en una caravana de coches. ¡¡¡¿¿¿Pero qué coño pasa aquí???!!! ¡¿Se puede saber qué pasa que no avanzamos?! ¡Esto es una vergüenza! Por suerte, sus gritos fueron efectivos, pues consiguió que, después de tres cuartos de hora, la caravana desapareciera y el autobús volviera a circular normalmente. Sólo él con su poder podía manejar una situación así. De modo que, además de su familia, todos los pasajeros le debíamos ya el agradecimiento eterno. Por supuesto, tamaña proeza hizo que su mujer volviera a recostarse sobre su hombro, en señal de admiración infinita. Las ingratas de sus hijas, sin embargo, habían decidido ignorarle por completo.
Media hora después el autobús llegó a la estación, nos bajamos y les perdí de vista. Posiblemente en cuanto llegaran al hotel mandaran a las niñas a dar una vuelta, y entonces su enamoradísima mujercita le haría todo lo que él le pidiera. Y, en señal de eterno agradecimiento, follarían como sólo un rey se merece.