24 de febrero de 2009

Él nunca lo haría

Madres (y padres) del mundo,

Entiendo que podáis tener gran devoción por un grupo musical concreto, un cantante, un actor, una actriz... hasta un futbolista, si me apuras.

Entiendo también que alguno de estos personajes pueda haber marcado especialmente vuestra relación de pareja, o vuestra gestación. Así, no sería raro que vuestra pareja os jurara amor eterno, como la trucha al trucho, mientras de fondo sonaba una balada de Shakira. O que la consumación carnal fuera después de que os invitara al cine a ver la última de Brad Pitt. O el día que el Madrid ganó la última liga, lo mismo me da.

Por supuesto, también entiendo que queráis ser originales, que vuestro hijo destaque sobre los demás. Y que penséis que, quiera que no, un nombre marca una personalidad.

Pero, por favor, un nombre es para toda la vida, pensadlo bien. Eso que ahora mismo os hace gracia, os hace sentir lo más de lo más, dentro de unos años irá al colegio, al instituto, a la universidad, tendrá un trabajo...

Por lo que más queráis, no cometáis el mismo error. Hace un rato, en el pasillo de las bolsas de patatas del supermercado, una madre llamaba a su hija pequeña al grito de "Amaraaaaal!!!! Estate quieta!!!!" Y por si cabía alguna duda, dos veces "Amaraaaal!!!!" Por favor, no los condenéis de esa manera. A mí se me ha caído el alma (y casi la bolsa de patatas) a los pies.

14 de febrero de 2009

El padre de Eulania.

Cuando nació le prometiste que siempre la cuidarías, que nunca le faltaría de nada, que no dejarías que le pasara nada malo.
Creció como todas las de su edad, con sus miedos, sus alegrías, sus triunfos y sus fracasos. Y tú estuviste a su lado.

Hasta que un día, salió a la carretera, y nunca más fue la misma. Todos sus miedos, sus alegrías, sus triunfos, y también sus fracasos, simplemente, dejaron de existir.

Desde entonces, hace ya de esto diecisiete años, se quedó postrada en una cama, como dormida. Estado vegetal, te dijeron. Ni siente, ni padece. Pero tú, fiel a tu promesa, no te moviste de su lado.
Y así pasaron los días, y los meses, y los años. La situación era totalmente irreversible. Y tú ahí, la pie del cañón.

Fue cuando empezó tu lucha, la reivindicación del derecho de tu hija a una muerte (o a una vida, para el caso es lo mismo) digna. Y no te lo pusieron nada fácil, tuviste que remover Roma (literalmente) con Santiago. Desde el Gobierno de tu país se escuchaban voces divididas, unas que sí, unas que no. Para colmo de males, tuviste la desgracia de estar bajo el mando de un impresentable, cuyos intereses estaban más cerca de la Santa Madre que de un padre como tú. Y claro, eso tampoco ayuda.

Hasta que un día, por fin, encontraste a alguien que estaba dispuesto a acabar con toda esta pesadilla, aun a riesgo de que los moralistas de turno se le echaran encima. Y así lo hicisteis, te la llevaste al sanatorio y allí decidieron, diecisiete años después, ayudarla a morir como se merecía. Como os merecíais después de tanto tiempo de humillaciones. Lo consiguieron, casualidades de la vida, el mismo día que el Gobierno debatía sobre las leyes que pudieran regularizar (o penalizar) la situación de tu hija, y de los que están como ella. Pero no llegaron a tiempo. Aunque Berlusconi se rasgaba las vestiduras por no haberle podido salvar la vida, vosotros os adelantasteis.

Ahora hay quien te trata como un héroe, y quien, si pudiera, te escupiría a la cara llamándote asesino. Pero al menos tú y tu familia podéis descansar con la conciencia tranquila y vivir con la cabeza alta, como vive la gente que suele cumplir sus promesas.