6 de agosto de 2009

El terapeuta imperfecto

En estos tiempos que corren, en los que la imagen del psicólogo en la televisión abarca desde el omnipotente y buenrrollista "trabajador social" de Hospital Central hasta las terapias virtuales de "La Caja" , parece que alguien, por fín, nos toma en serio. Y este alguien es Rodrigo García, hijo de un tal Gabriel García Márquez, que, productora HBO mediante, ha realizado esa pequeña gran serie que es "In Treatment" (algo así como "En Terapia"), remake de la israelí "Be'Tipul".

El planteamiento es de lo más simple, y a la vez lo más innovador que he visto en mucho tiempo. Cada capítulo, programados semanalmente con una duración de 25 minutos, recoge una sesión de terapia entre el Dr. Paul Weston (interpretado por un enorme Gabriel Byrne) y uno de sus pacientes. Así, los lunes asistimos a los intentos de Laura por hallar en su terapeuta la figura masculina perdida; los martes conoceremos a Alex, un piloto de la Marina incapaz de soportar todo lo que intenta demostrarse a sí mismo; los miercoles, a Sophie, la adolescente gimnasta y suicida; y los jueves vendrán Jake y Amy, a los que un embarazo les destapa todas las dudas y decepciones que sostienen su relación. Y el plato fuerte llega los viernes, cuando el propio Paul se convierte en paciente de Gina (Dianne Wiest, a la que un servidor recordaba, siendo un enano, en Eduardo Manostijeras), terapeuta retirada y antigua amiga de Paul, que intentará poner algo de luz en su vida, profesional y personalmente hablando.

Quizás no sea un formato atractivo para todos los públicos, sobre todo por la austeridad de su puesta en escena y su ritmo pausado, como la vida misma. Quizás tampoco intenta serlo. Porque, como digo, más allá de cuestiones técnicas y estéticas, lo verdaderamente impresionante de In Treatment es la honestidad y el rigor con la que se acerca al trabajo psicoterapéutico. Así, a través de un guión más que sólido, elaborado con un conocimiento de causa que ya quisieran muchos, somos testigos mudos de verdaderas sesiones de terapia, en las que las emociones de los pacientes y el terapeuta fluyen y se transforman con total naturalidad, y donde la empatía y la contratransferencia (los sentimientos que el terapeuta proyecta en el paciente, más o menos) traspasan, con creces, la pantalla. Asistimos, además, al trabajo de un terapeuta excelente, no sólo por ser capaz de regalarnos momentos memorables (la terapia de Sophie o el encuentro con el padre de Alex no tienen desperdicio), sino también, y ahí reside su encanto, por tener las santas narices de reconocer y mostrar sin pudor sus limitaciones y debilidades. Porque, como me recordó hace poco una de las máximas expertas en psicoterapia de España, una de las cosas que hace bueno a un terapeuta es el poder luchar contra el sentido de omnipotencia, y tener muy claro que nunca, jamás, va a ser capaz de cambiarlo todo.

Y por eso me gusta Paul Weston. Porque sabe ver donde acierta y donde se equivoca, qué puede afrontar, y qué cosas le superan, e incluso llega a plantearse qué derecho tenemos a meternos en la vida de las personas, si finalmente no vamos a poder serles de ayuda. Porque sabe que, además de terapeuta, es persona y, como tal, necesita y busca ayuda. Y por eso me gusta Gina, porque no renuncia a ayudar a su amigo, aunque eso le suponga terminar enfrentandose a sus propios fantasmas y fracasos.

Por eso, en definitiva, me ha apasionado "In Treatment", porque no sólo ofrece una visión realista y rigurosa de la psicoterapia, sino también de los terapeutas que, para hacer bien su trabajo, deben luchar día a día con sus imperfecciones.