5 de enero de 2011

Humo

Año nuevo, vida nueva. Si hace diez años andabamos a vueltas con el con que si el mundo se acababa o no, que si el cambio de siglo era en el 2000 o el 2001, que si con el nuevo digito las maquinas se iban a volver locas, que si ya veras cuando llegue el euro, que los líos que se van a montar los viejecitos para comprar, que si no hay derecho no lo hay no lo hay... Ahora, diez años después, habremos cambiado y avanzado en muchas cosas, no digo que no (sabemos manejar el mp4 y el iphone, mandar emails y hablar por skype), pero sin embargo, mantenemos intacta, igualita que el primer día, nuestra capacidad de debatir, polemizar y, como no, de echarnos las manos a la cabeza. Lo que nos gusta un apocalipsis oiga. Y si entonces nos preocupaba como se iba a despertar nuestra lavadora el día de año nuevo, este año España entera anda como mosqueada por otra cuestión de interés público nacional: la nueva ley antitabaco, es decir, que a partir de ahora, fijese usted, no se puede fumar en los bares.

Como digo, a polemizar y sacar los colores no nos gana nadie. Así que con esto (quitar los ceniceros de los bares, coartar la libertad intrinseca al fumador, donde va a parar), no nos ibamos a quedar atrás. Dos días escasos llevamos, y ya se escuchan voces para todos los gustos, unas mas altas que otras, eso sí. Porque una de las claves de las polémicas es conseguir que tu voz suene más fuerte que todas las demás, preguntale a María Patiño. Señores, el debate, la furia y la indignación, ya están en la calle. Los hay con muchísima razón, como los hosteleros que se quejan de que la ley llega tarde, que ya podían haber avisado hace unos años y se hubieran ahorrado el dineral que tuvieron que invertir en la reforma de su local, y que ahora se tienen que comer con patatas. También están los rebeldes sin causa, que dicen que de ley nanay, que en su bar se va a seguir fumando porque sí, y que si no les gusta, que vaya la Pajín y les diga algo, que ellos mismitos le echan el humo de su cigarro en toda la cara. Posiblemente a este grupo pertenezcan esos individuos que hoy ocupaban los informativos por agredir a quien les informaba amablemente de que donde estaban (un bar, la puerta de un hospital) no se podía fumar. Luego están los extremistas, que comparan la nueva normativa con el holocausto nazi (por aquello de la persecución), o los que se echan las manos a la cabeza pensando en los nuevos fenómenos que esto puede originar: por ejemplo, si no les dejan fumar en la discoteca, los jovenes se reunirán en la puerta para fumar y, oh rayos truenos y centellas... nacerá el cigarrón!!! Y por último están las voces políticas, las del Gobierno que apuntan a la cantidad de gente que va a poder dejar por fin el maldito vicio mortal, y que animan a denunciar a tu compañero de mesa si lo ves echándose un piti en el bar de al lado de la oficina; y las de la oposición, a las que por supuesto todo esto les parece una soberana tontería, y que hablan de una cortina de humo (valga la redundancia) para que la gente se fije en lo que deja de entrar en sus pulmones, y no en su bolsillo.

En fin, voces y opiniones para todos los gustos, que cada uno coja la que quiera y la incorpore como suya. En lo que a mí respecta, sí me gustaría hacer una pequeña observación: es cierto que la nueva ley tiene, no sólo un mucho de despropósito (comparto la indignación y el sentimiento de estafa de los hosteleros, y la sensación de caza de brujas y criminalización de los fumadores), sino también varios puntos que pueden caer en lo absurdo (por ejemplo: no se puede fumar en la puerta de un colegio porque hay niños, tampoco en los parques. Bien, ¿qué pasa entonces si estás fumando en la puerta de un museo - dónde si se puede - y de repente llega una excursión escolar?), pero también tiene algo muy bueno. Porque de entre todas estas voces, también deberíamos escuchar a las de aquel grupo de personas que llevamos fumando toda la vida sin haber dado nunca una calada a un cigarro; que no podemos dejarlo aunque queramos, porque nunca decidimos empezar; que si nos quejamos porque nos molesta el humo, nos llaman intolerantes. A esas voces me sumo desde ahora mismo, porque oye, estareis conmigo en que el poder estar en un sitio sin tragar el humo del de al lado, y llegar a casa sin que la ropa huela a tabaco, también tiene su puntito.

Y por cierto, ¡feliz año nuevo!