Luego decidió luchar contra el terrorismo a nivel mundial, planetario, interestelar. Primero Afganistán, luego Irak. Las cosas no salieron cómo el planeaba. O igual sí, porque, por aquel entonces, toda la Comunidad Científica, junto con un señor de Kentucky aficionado a los sudokus, seguían preguntándose en qué pensaba ese hombre. Al poco tiempo el número de víctimas, militares y civiles, a un lado y otro del Frente de Liberación, empezó a crecer más de la cuenta. Pero nada, que no había manera de dar con la respuesta. Se unió al grupo por aquel entonces una camarera que en sus ratos libres solía llamar a los concursos de la tele.
Pasaron los años, renovó legislatura, y no había manera. En todo este tiempo ni un sólo gesto, o amago tan sólo de expresión, podía dejar ver el más mínimo resquicio de su interior. Los investigadores empezaron a desistir. El señor de Kentucky volvió a los sudokus, aunque la camarera seguía empeñada en dar con la solución al enigma.
Un día, sin embargo, ya próximo el final de su mandato, decidió hacer una visita sorpresa a sus soldaditos en Irak, para despedirse, felicitarles por la labor y pedirles disculpas por los fallos cometidos. Que bueno, papá tiene muchas cosas que hacer, y no puede estar pendiente siempre de todos. Y entonces, ocurrió. Un periodista iraquí se levantó de su asiento y al grito de "Esta es tu despedida, cerdo", le lanzó sus dos zapatos, que él esquivo haciendo alarde de ejemplares reflejos. Lógicamente, la CIA cayó sobre el indignado personaje y, mientras se lo llevaban a rastras, todo el planeta pudo ver por televisión la cara del presidente.
La camarera cogió inmediatamente el teléfono y marcó el prefijo de Kentucky.
- Lo tengo - dijo orgullosa a su compañero de fatigas. - El problema de este señor es que, durante todos estos años, no se ha enterado absolutamente de nada.
Horas más tardes, la CNN suspendía la emisión de su concurso favorito para dar la noticia a nivel mundial.