7 de noviembre de 2008

Historia de una escalera (dos)

El primero en llamar a la puerta fue un vecino que se había equivocado de puerta. Nada más. Usted perdone, no se preocupe, buenas noches, buenas noches, y se acabó.

Luego han ido llegando los demás

Dos ancianas nonagenarias que, en su paseo diario por el pasillo del edificio, confundieron el timbre con el interruptor de la luz.

Un vendedor de seguros que terminó en mi salón, sin ningún tipo de compromiso oiga, preguntándome por qué no me había comprado un coche a estas alturas, y que qué estaba haciendo yo entonces con mi vida, pobre infeliz.

Una mujer que empezó a santiguarse dando gritos cuando le dije que no, que aquí no vivía ninguna costurera, que seguramente sería la del tercero.

Dos niñas con poco espíritu vestidas de fantasma y pidiendo caramelos por Halloween, que casi salen corriendo cuando les ofrecí una tableta de chocolate Hacendado.

Y, después de todo esto, anoche apareció una niña, de unos siete años, preguntándome, como en Alicia en el país de las maravillas, si me había encontrado por casualidad un conejito blanco, así con orejas larguitas y pequeñas, y muy peludo. La madre me explicó que se le había escapado de la casa, y que seguramente lo habría visto algún vecino. Le dije que no, que lo sentía, pero que siguieran preguntando, que no tenía que haber llegado muy lejos. Muchas gracias, de nada, buenas noches, buenas noches.

No te imaginas las ganas que tengo de que vengan a venderme una enciclopedia.



P.D.: Por cierto, seguimos sin noticias del conejo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues por mi edificio no pasa nadie. Por suerte, no hay niños, sino parejas jóvenes, y alguna que otra ancianita en los pisos de abajo. Dios me libre de las familias.