Cuando nació le prometiste que siempre la cuidarías, que nunca le faltaría de nada, que no dejarías que le pasara nada malo.
Creció como todas las de su edad, con sus miedos, sus alegrías, sus triunfos y sus fracasos. Y tú estuviste a su lado.
Hasta que un día, salió a la carretera, y nunca más fue la misma. Todos sus miedos, sus alegrías, sus triunfos, y también sus fracasos, simplemente, dejaron de existir.
Desde entonces, hace ya de esto diecisiete años, se quedó postrada en una cama, como dormida. Estado vegetal, te dijeron. Ni siente, ni padece. Pero tú, fiel a tu promesa, no te moviste de su lado.
Y así pasaron los días, y los meses, y los años. La situación era totalmente irreversible. Y tú ahí, la pie del cañón.
Fue cuando empezó tu lucha, la reivindicación del derecho de tu hija a una muerte (o a una vida, para el caso es lo mismo) digna. Y no te lo pusieron nada fácil, tuviste que remover Roma (literalmente) con Santiago. Desde el Gobierno de tu país se escuchaban voces divididas, unas que sí, unas que no. Para colmo de males, tuviste la desgracia de estar bajo el mando de un impresentable, cuyos intereses estaban más cerca de la Santa Madre que de un padre como tú. Y claro, eso tampoco ayuda.
Hasta que un día, por fin, encontraste a alguien que estaba dispuesto a acabar con toda esta pesadilla, aun a riesgo de que los moralistas de turno se le echaran encima. Y así lo hicisteis, te la llevaste al sanatorio y allí decidieron, diecisiete años después, ayudarla a morir como se merecía. Como os merecíais después de tanto tiempo de humillaciones. Lo consiguieron, casualidades de la vida, el mismo día que el Gobierno debatía sobre las leyes que pudieran regularizar (o penalizar) la situación de tu hija, y de los que están como ella. Pero no llegaron a tiempo. Aunque Berlusconi se rasgaba las vestiduras por no haberle podido salvar la vida, vosotros os adelantasteis.
Ahora hay quien te trata como un héroe, y quien, si pudiera, te escupiría a la cara llamándote asesino. Pero al menos tú y tu familia podéis descansar con la conciencia tranquila y vivir con la cabeza alta, como vive la gente que suele cumplir sus promesas.
Creció como todas las de su edad, con sus miedos, sus alegrías, sus triunfos y sus fracasos. Y tú estuviste a su lado.
Hasta que un día, salió a la carretera, y nunca más fue la misma. Todos sus miedos, sus alegrías, sus triunfos, y también sus fracasos, simplemente, dejaron de existir.
Desde entonces, hace ya de esto diecisiete años, se quedó postrada en una cama, como dormida. Estado vegetal, te dijeron. Ni siente, ni padece. Pero tú, fiel a tu promesa, no te moviste de su lado.
Y así pasaron los días, y los meses, y los años. La situación era totalmente irreversible. Y tú ahí, la pie del cañón.
Fue cuando empezó tu lucha, la reivindicación del derecho de tu hija a una muerte (o a una vida, para el caso es lo mismo) digna. Y no te lo pusieron nada fácil, tuviste que remover Roma (literalmente) con Santiago. Desde el Gobierno de tu país se escuchaban voces divididas, unas que sí, unas que no. Para colmo de males, tuviste la desgracia de estar bajo el mando de un impresentable, cuyos intereses estaban más cerca de la Santa Madre que de un padre como tú. Y claro, eso tampoco ayuda.
Hasta que un día, por fin, encontraste a alguien que estaba dispuesto a acabar con toda esta pesadilla, aun a riesgo de que los moralistas de turno se le echaran encima. Y así lo hicisteis, te la llevaste al sanatorio y allí decidieron, diecisiete años después, ayudarla a morir como se merecía. Como os merecíais después de tanto tiempo de humillaciones. Lo consiguieron, casualidades de la vida, el mismo día que el Gobierno debatía sobre las leyes que pudieran regularizar (o penalizar) la situación de tu hija, y de los que están como ella. Pero no llegaron a tiempo. Aunque Berlusconi se rasgaba las vestiduras por no haberle podido salvar la vida, vosotros os adelantasteis.
Ahora hay quien te trata como un héroe, y quien, si pudiera, te escupiría a la cara llamándote asesino. Pero al menos tú y tu familia podéis descansar con la conciencia tranquila y vivir con la cabeza alta, como vive la gente que suele cumplir sus promesas.
2 comentarios:
Precioso texto. Y no podría estar más de acuerdo con lo que dices.
Pues fijate que no me termina de gustar como ha quedado. Pero bueno, muchas gracias de todas formas ;)
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