1 de noviembre de 2006

Como una peli de miedo

Igual que todos los martes, esta mañana salí de mi casa para coger el autobús que sube hasta el hospital. Sin embargo, en cuanto atravesé el portal, vi sobrecogido como una espesa niebla inundaba la ciudad. Apenas podía verse nada a un metro escaso de donde yo estaba. En fin, pensé, la parada no queda lejos. Así que emprendí el camino, con mucho cuidado al cruzar la calle, por si algún coche veía menos que yo.
Al poco tiempo, llegué a la parada, pero el autobús se retrasaba, posiblemente debido a los atascos que la poca visibilidad estaría creando el centro. Hasta que, finalmente, pude divisar la nebulosa luz de sus faros. Cojí mis cosas, saque como pude el bonobús, y le di los buenos días al conductor.
Como era de esperar, no había ningún sitio libre, porque a esa hora el autobús suele ir lleno de personas mayores que suben al hospital, así que me acomodé como pude en el primer hueco que encontré. A ver si llegamos pronto, aunque total, voy bien de tiempo, seguro que vuelvo a llegar el primero. De pronto, vi que la señora que estaba a mi lado llevaba unas flores en la mano, envueltas en un papel blanco. Pero claro, hace tiempo que dejaron de darme miedo las señora con flores en la mano, así que volví a mis pensamientos, que se esforzaban por mantenerme despierto a esas horas de la mañana. Sin embargo, de forma casi simultanea a la mujer de las flores, escucho a otra señora hablando de toda la gente que se le ha muerto, el tiempo que hace, y lo que les echa de menos. Esta señora tendrá alguien enfermo en el hospital, seguramente, la pobre. La niebla seguía totalmente cerrada, y el autobús avanzando practicamente a ciegas. Y de pronto, un extraño edificio apareció ante nosotros. No puedo decir que era, porque no recordaba haberlo visto en viajes anteriores, lo cual debo reconocer que me inquietó. Hasta que, entre la niebla, pude divisar la inscripción de la puerta principal, coronada por las figura de varios ángeles, entre los que destacaba uno especialmente grande, oscuro, y situado en lo más alto del arco: "Cementerio de San José". Dios mio, pensé de pronto, ¿cómo es posible que haya pasado tantas veces por aquí y no me haya dado cuenta?, ¿qué está pasando?, ¿qué demonios hacemos parados en la puerta de un cementerio fantasma a las nueve de la mañana? De repente, las puertas se abrieron y el autobús se quedó practicamente vacío. Entonces caí en la cuenta, mañana es el dia de los santos, o de los difuntos. Sinceramente, nunca he sabido cual es el día en el que la gente tiene que ir a poner flores y cosas de esas. Claro, ya entiendo para qué eran las flores, y por qué esa señora se acordaba especialmente de sus seres queridos. Pero, aún así, ¿por qué no he visto yo antes ese cementerio? No había salido de mi asombro cuando el autobús volvió a arrancar. Entonces vi que el asiento que estaba junto a mí se había quedado libre, y me senté. Me apoyé en el cristal de la ventana y, de repente, encontré la respuesta a mis temores. "Día 31 de Octubre: Recorrido especial cementerio", decía el cartel colocado por el otro lado. Levanté la vista, y vi como volvíamos a incorporarnos a la ruta habitual. Cuando subimos al hospital, habíamos dejado la niebla a nuestros pies, y lucía radiante el sol.

Y ahora resulta que esta noche quieren asustarme unos niños disfrazados de fantasmas. Venga ya.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí se me acercaron dos chicos, de doce o trece años. Alargaron la mano y uno dijo, con voz ronca: "danos algo para Halloween".

Walt Rawley dijo...

Ays el candor de la infancia. Criaturitas.

Julio César Ortega dijo...

Muy bonita historia, señor Rawley. El otoño es lo que tiene... No sé por qué, pero estas fechas de noviembre siempre me traen historias y reflexiones que bien pueden tener que ver con esos pensamientos sobre "¿por qué nunca me he fijado en esto si estaba ante mis narices?" Ains